viernes, 26 de octubre de 2012

Los amores imaginarios

2.5*
Dedicada a Alicia López
A lo largo de más de cien años de historia del cine, hay multitud de películas que se han acercado a esa visión romántica que hace de la pulsión amorosa una experiencia absorbente e, incluso, decadente, como la que representa la literatura de Alfred de Musset, cuya obra pone el acento en el “aspecto doloroso” del amor y en la “belleza contaminada”, como ha escrito Mario Praz. Por su parte, David Foster Wallace hacía afirmar a uno de los personajes de La broma infinita que hay quien cree que no hay amor sin placer, lo cual es cierto solo en la mayoría de los casos. Pero la estadística no es una ciencia sino una plantilla numérica que imponemos a nuestros comportamientos. Xavier Dolan, joven director canadiense, ha dedicado su todavía corta filmografía a desvelar los secretos y felicidades del amor, ya se entienda como pasión, como obsesión o como entrega. Y lo hace sobre una historia que evidencia su edad (enamoramiento post adolescente), que recuerda ligeramente a la de Soñadores (un trío amoroso, cinefília latente) y que retrata a una generación de abierta sexualidad pero de comportamientos conservadores. En el nivel de la trama, Dolan narra los intentos de dos amigos (un chico y una chica) por conquistar a un efebo rubio, un tanto consentido y manipulador que, desde el principio, no muestra mucho interés físico por ninguno de los dos. Dolan introduce monólogos de otros personajes, frente a la cámara (en plan Sexo oral de Chus Gutierrez), que pretenden ampliar y complejizar la perspectiva, aunque solo lo consiguen superficialmente. Dolan, además, añade un ligero toque de Woody Allen, un estilo nervioso y esteticista (que no esconde la influencia de Paul Thomas Anderson y de Wong Kar-Wai) y, finalmente, un puñado de solventes interpretaciones. Todo ello en una especie de alambique postmoderno, aunque domesticado. Por eso, los resultados del film no consiguen superar su naturaleza primeriza y juvenil, tanto narrativa como estilísticamente (atención a esa cámara en mano, inquieta, incluso haciendo zooms, y a esos continuos injertos MTV, con ralentizaciones incluidas). El problema es que la forma y el contenido van cada uno por su lado hasta el tercer sector de la película (sin contar el epílogo), donde ambos se dan la mano y consiguen emocionar al espectador.


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