Dedicada a Alicia López |
A lo largo de más de cien años de historia del cine, hay
multitud de películas que se han acercado a esa visión romántica que
hace de la pulsión amorosa una experiencia absorbente e, incluso, decadente,
como la que representa la literatura de Alfred de Musset, cuya obra pone el
acento en el “aspecto doloroso” del amor y en la “belleza contaminada”, como ha
escrito Mario Praz. Por su parte, David Foster Wallace hacía afirmar a uno de los
personajes de La broma infinita que
hay quien cree que no hay amor sin placer, lo cual es cierto solo en la mayoría de los casos. Pero la
estadística no es una ciencia sino una plantilla numérica que imponemos a nuestros
comportamientos. Xavier Dolan, joven director canadiense, ha dedicado su todavía
corta filmografía a desvelar los secretos y felicidades del amor, ya se
entienda como pasión, como obsesión o como entrega. Y lo hace sobre una
historia que evidencia su edad (enamoramiento post
adolescente), que recuerda ligeramente a la de Soñadores (un trío amoroso, cinefília latente) y que retrata a una
generación de abierta sexualidad pero de comportamientos conservadores. En el nivel
de la trama, Dolan narra los intentos de dos amigos (un chico y una chica) por conquistar
a un efebo rubio, un tanto consentido y manipulador que, desde el principio, no
muestra mucho interés físico por ninguno de los dos. Dolan introduce monólogos
de otros personajes, frente a la cámara (en plan Sexo oral de Chus Gutierrez), que pretenden ampliar y complejizar
la perspectiva, aunque solo lo consiguen superficialmente. Dolan, además, añade
un ligero toque de Woody Allen, un estilo nervioso y esteticista (que no
esconde la influencia de Paul Thomas Anderson y de Wong Kar-Wai) y, finalmente,
un puñado de solventes interpretaciones. Todo ello en una especie de alambique
postmoderno, aunque domesticado. Por eso, los resultados del film no consiguen superar su naturaleza primeriza y juvenil, tanto
narrativa como estilísticamente (atención a esa cámara en mano, inquieta, incluso haciendo zooms, y a esos continuos injertos MTV, con ralentizaciones incluidas). El problema es que la forma y el contenido van cada
uno por su lado hasta el tercer sector de la película (sin contar el epílogo),
donde ambos se dan la mano y consiguen emocionar al espectador.
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