Cinco famosos
detectives son invitados por un tal Lionel Twain a su estrambótica mansión para
resolver un misterioso asesinato. Robert Moore dirige y Neil Simon escribe esta
divertida parodia que aprovecha estereotipos sobradamente conocidos (de
Dashiell Hammett y Agatha Christie, por ejemplo) para exprimirlos en un formato
muy popular en los década de los setenta: reunir varios actores famosos en un
único lugar para que tengan que resolver un misterio, habitualmente un
asesinato, con el móvil de la vanidad, el dinero o la venganza de por medio
(como en Diez negritos, Asesinato en el Orient Express o esa obra maestra que es La huella). El
argumento está aderezado con rompecabezas, trucos y juegos de identidad además
de inteligentes diálogos y juegos de palabras, que no hacen sino divertir y entretener
con una sofisticada meta reflexión sobre el género detectivesco y policial. Los
actores, encabezados por un espectacular Alec Guiness, adornan la función con
excelentes caracterizaciones, particularmente simpáticas las de Peter Sellers y
la del anfitrión, interpretado por el escritor de la voz particular, Truman
Capote. Una película de variadas resonancias cinematográficas, resonancias que
van desde La cena de los acusados, de
W.S. Van Dyke, hasta Cluedo (El juego de
la sospecha), pasando por House on
Haunted Hill o la desconocida La casa número 11, de Aram Avakian. El director probaría suerte dos años después con otra parodía detectivesca, ambienta en el San Francisco de los años cuarenta, El detective barato.
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