Años antes de Agáchate maldito y de Grupo salvaje (de los maestros Leone y
Peckinpah respectivamente), Richard Fleischer rodó este interesante Western ambientado en la revolución
mexicana, como Yo soy la revolución,
de Damiano Damiani, su descendiente directo (como tantos otros). En 1916,
los rebeldes andan escasos de armas en su lucha contra los regulares de
Carranza, lo cual incita a aventureros de toda ralea a negociar con ellos. La
película comienza con un travelling
magnífico (digno antecedente del que Welles rodó, dos años más tarde, para la
secuencia inicial de Sed de mal), que
da pie a todo un conjunto de engaños y desengaños (en los dos sentidos de la
palabra) entre el cínico cazador de fortuna Alacrán
Wilson (Robert Mitchum), el líder insurrecto Escobar (Gilbert Roland), el
contrabandista de turno (Zachary Scott) y su hermosa pero ninguneada mujer
(Ursula Thiess). Por cierto, Mitchum volvería a interpretar un papel parecido
en la desconocida Villa cabalga, de
1968, sobre un guión de Sam Peckinpah. Una partitura típica de Max Steiner
(altisonante e intimista a partes iguales), una magnífica planificación y unos
diálogos acerados completan la entretenida función. Por cierto, el espectador
cinéfilo no puede dejar de sospechar que detrás de Serpiente Plissken se podría encontrar
perfectamente este Alacrán Wilson.
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