viernes, 10 de mayo de 2013

Invasión

3.5*

Como decía Susan Sontag, el cine es principalmente un arte visual y, además, una subdivisión de la literatura. Como también podría serlo el cómic. De hecho, Juan Giménez y Ricardo Barreiro publicaron en los años ochenta una de las obras maestras del cómic argentino, Ciudad, mitad arte visual mitad narración literaria y en donde se describe una ciudad laberíntica e infinita, como Aquilea, la que aparece en esta película de Hugo Santiago. El guión es obra de Adolfo Bioy Casares y de ese gran cosmopolita que fue Jorge Luís Borges. El tema del todo-en-uno, tan querido para el escritor, ya ha sido señalado por múltiples autores, incluido Alberto Manguel en su libro de ensayos En el bosque del espejo, de evidente título borgiano. Por otro lado, la premisa argumental recuerda a El Eternauta, auténtica piedra de toque del mundo de la viñeta argentina y un producto magnífico y altamente viral, gracias al engarzado trabajo de Oesterheld y Solano. El film es, por tanto, más que otra cosa, una historia de ciencia ficción metafísica, racionalizada al extremo y desprovista de casi todo elemento pasional o amoroso, como ocurre en general con toda la literatura del escritor porteño. Con una planificación, una puesta en escena y un montaje auténticamente experimental y que roza lo bizarro, especialmente porque se desarrolla años después de las prácticas desarrolladas por la nouvelle vague, la película termina por absorver al espectador, aún a costa del estupor, de la incomprensión e, incluso, de algún que otro bostezo. En todo caso, en algunos aspectos, el film parece prefigurar el ambiente opresivo que el PRN instituyó en la argentina entre 1976-1983. El órgano colegiado que perpetró esta extraña obra pariría en los siguientes años alguna más en la misma línea, como Los otros.

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