La mejor de las
versiones cinematográficas de los asesinatos de Zodiac, tras la popular
adaptación de Don Siegel en Harry el Sucio (donde el criminal se llamaba Scorpio). A diferencia del policíaco
protagonizado por Clint Eastwood, Fincher firma una película enmarañada,
construida alrededor de varias investigaciones cruzadas, similar a uno de esos
puzzles y criptogramas que el psycho
killer enviaba a las autoridades californianas de la época.
Es decir, la película no representa sino las múltiples líneas que se siguieron
en la investigación: la de un periodista, la de una pareja de policías, la de
un dibujante de periódicos, etc. Y, como en multitud de casos reales (incluido
éste mismo), la trama llega a callejones sin salida, a puntos muertos y
a soluciones falsas. De alguna manera, es como la materialización fílmica de esa
incertidumbre defendida en El hombre que nunca estuvo allí. Así, tanto el misterio como el suspense se
mantienen excelentemente hasta el áspero final. La trama, por tanto, puede
llegar a aburrir y a confundir por un exceso deliberado de información. En el plano artístico, Fincher filma una historia minuciosa y obsesiva, de una
perfección técnica apabullante, rodada íntegramente en formato digital y con
una producción detallista hasta el delirio (aunque no logre evitar varios
anacronismos). Por otro lado, la dirección está convenientemente ajustada al
magnífico guión, la puesta en escena es sencilla por pulida y, además,
todo el film se beneficia de un conjunto de ajustadísimas interpretaciones (especialmente la de
Robert Downey y la de Mark Ruffalo). Textura fotográfica similar a la de la
época (Todos los hombres del presidente,
por ejemplo) y variedad de guiños cinéfilos, implícitos y explícitos, para una
historia que ha recibido alabanzas de los profesionales más dispares, como
Joon-ho Bong, el director de Memories of
Murder (una película que, curiosamente, es de 4 años antes). Por cierto, Silencio de hielo es un buen hijo putativo.
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