El joven Andy (Richard Backus), que ha sido dado por muerto por sus superiores, regresa del Vietnam y comienza a preocupar a sus
padres con su extraño y huraño comportamiento. Por otro lado, el médico del
pueblo alerta al padre del soldado (John Marley) de que su hijo ha podido ser
el causante de un crimen reciente. El director Bob Clark, autor de las magníficas
Navidades negras y Asesinato por Decreto, presenta una
cinta que retrata con una inusual capacidad evocadora el estado en el que
volvieron muchos de los soldados USAmericanos tras su presencia en Vietnam. Una
generación traumatizada por la guerra y denostada por una sociedad que no los
quería en su seno. Para ello, se sirve de la metáfora del vampiro, del no
muerto (al igual que haría George Romero en Martin),
a la que le añade algunos componentes del zombi
moderno y unas pinceladas provenientes del mito de Edipo. El desarrollo de la
historia se hace un poco lenta (hasta su tramo final) pero la idea y su
planteamiento componen entre sí una curiosa muestra de los derroteros por los
que iría buena parte del cine de la época. Por cierto, en el film aparecen varios homenajes: a los At-The-Drive-In, al cine de Sci-Fi (Death in Space y The
Spacenauts), a la comedia familiar (George)
y al cine de terror de comienzos de los setenta (The Deathmaster). Por otro lado, la BSO se escucha bastante fuera
de lugar, cansa y extraña a partes iguales. Como curiosidad, en el equipo de
efectos especiales estaba nada menos que Tom Savini, en su primer trabajo.
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