El mismo año en que Peckinpah estranaba Grupo Salvaje, Giulio Petroni presentaba
su ácida visión de la revolución mexicana, traicionada por Madero y sofocada
por el ejército y los terratenientes. Petroni, que había destilado a la
perfección varias de las lecciones de Leone en De hombre a hombre (1967), rueda una triste y desolada versión de la revolución a través de la historia de un personaje con ideales sociales parecidos
a los del Che Guevara o, incluso, a los de Jesús de Nazaret (de hecho, el personaje se llama Jesús María Morán). El guionista,
Franco Solinas (colaborador habitual de Costa-Gavras), deja una impronta evidente, tanto en la propia historia como en la configuración de los
personajes y en los diálogos. El carismático actor cubano Tomás Milián se pone
del lado de la justicia social en un papel, Tepepa, que le viene al guante,
tanto por su fisionomía como por su simpatía, mientras que Orson Welles se pone
del lado de la avaricia capitalista al encarnar al corrupto coronel Cascorro. Por cierto, no faltan autores que han visto en esta película (y en otras más de la época), varios guiños a favor de las luchas revolucionarias del momento, tal y como apunta Emilio García Riera en su interesante México visto por el cine extranjero.
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