El argumento es el siguiente: unos extraños seres, medio
asalmonados (diseñados por Rob Bottin, nada menos), están sembrando el pánico
en un pequeño pueblo pesquero del norte de California. Además, las víctimas son
violadas salvajemente, lo que dispara la preocupación de la comunidad y de la
policía, que se ponen manos a la obra para deshacer el entuerto. En la estela
de Tiburón, John Landis coloca esta
película en el mismo estante Serie B que The
Monster of Piedras Blancas y Horror
of Party Beach. Una delicia entretenidísima, producida por Roger Corman, dirigida
por una tal Barbara Peeters y que ha sido elaborada al horno, con mucho cariño,
a partir de una receta compuesta por 4 ingredientes sencillos pero muy sabrosos:
una historia con un apropiado mensaje ecologista; un grupo de personajes entrañables
y un buen puñado de chicas potencialmente despelotables; una nostálgica admiración
por las añejas películas de monstruos; y, por último, una concepción del ritmo
fílmico apabullante, que no deja tiempo para el aburramiento. Sin ningún tipo
de vergüenza ni aspiraciones y a pesar de sus múltiples errores, este disaster film se deja ver y se queda en
la memoria. Como escribió John Kenneth Muir, aunque sea una auténtica sleazy movie, The Monster (como también
se conoció) constituye una pequeña joya dentro del cine exploit de la época. Una
joya que, además, dice cosas sobre el momento y la sociedad que la creó: finales
de la década de los setenta y comienzos de la ultraconservadora década de los
ochenta.
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