3.5*
Alexander
Ivanovich Medvedkin fue un director de cine de la
antigua URSS que vivió los principales acontecimientos de la Rusia Moderna, desde
el momento de su nacimiento (el año en que murieron Nietzsche y Oscar Wilde)
hasta su muerte (el año de la caída del muro de Berlín, con lo que podría haber
sido una especie de Christiane Kerner).
Chris Marker, el maestro moderno del
montaje, sigue los pasos de esta extraordinaria vida a través de imágenes,
extractos de películas y de documentales de la época, entrevistas, fotos fijas
de distintas realidades, etc., subrayando el perfil precursor y la naturaleza
honesta y
militante del artista. Además, Marker nos habla de la época, del país
y del ambiente en el que se movieron los creadores visuales de la revolución
bolchevique: Eisenstein, Dziga Vertov, Pyriev, Kammen, etc. El artificio con el
que se organiza el documental está constituido por unas supuestas cartas que el
realizador francés escribe y manda al realizador ruso, lo que recuerda un poco
la construcción de
La carte postale,
de Jacques Derrida, y, en todo caso, vuelve a subrayar la provechosa mezcla de realidad
y ficción que es una característica fundamental de la obra del director francés. Aunque se aleja de la característica
y voluntaria ambigüedad con la que trabaja buena parte de la verdadera ficción
no referencial. En todo caso,
El último bolchevique no es un simple
reportaje sobre un creador soviético. Es decir, no es un mero resumen
biográfico-laboral.
La tumba de Alexander
(como también se le conoce) es un puzzle
documental
y
visual que nos invita a vivir una experiencia total a través de las imágenes, las
voces de los entrevistados, la voz
en off
del narrador, los efectos de sonido de la BSO y, especialmente, los
descampados
dramáticos que va dejando la narración. En suma, una ventana a un
mundo fascinante que en Occidente se conoce muy poco y mal.