En 1995, Sylvester Stallone llevó a la pantalla un icono
del cómic europeo, el Juez Dredd, una extraña mezcla de Mad Max, Harry Callahan y Robocop.
Sin embargo, ni la producción ni el elenco fueron capaces de salvar una
película que estaba deficitariamente concebida y rodada, por lo que el
personaje quedó a la deriva hasa el año 2012, que ha sido recuperado para la
pantalla grande. En este caso, el resultado es un poquito más consistente
porque tiene a su favor varios factores: el ambiente lúgubre, proto punk y apocalíptico
del cómic original inglés, 2000AD, así
como la oscuridad de sus personajes; un diseño de producción limitado pero
efectivo (esa Mega-City verdosa como la pantalla de un Spectrum; ese mega
edificio costroso como una pantalla de Silent Hill); e, incluso, un Karl Urban que da la talla con el personaje central. Sin embargo, también tiene varios factores en contra: una historia
que apunta a la crítica de todo un sistema corrupto pero que, rápidamente, se
concentra en las maldades de una traficante sin escrúpulos; una planificación y
un desarrollo fílmico propios de un videojuego; una trama que se desinfla a
partir de la primera media hora de metraje y que avanza a trompicones entre
salvajada y salvajada, sin nada más que añadir que sangre y mal gusto. Por
cierto, la estetificación de la violencia y de la muerte podrían verse también como
un handicap pero, claro, en este tipo
de producciones, ¿qué se puede esperar?
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