Estilización reflexiva y cinéfila del-y-sobre el thriller clásico, a partir de la
introducción de algunos parámetros del cine europeo y de vanguardia en los
estándares del noir USAmericano. No
por casualidad, Point Blank coincide
en el tiempo con El silencio de un hombre,
La matanza del día de San Valentín y
con Bonnie and Clyde. Además,
comparte con varias producciones previas algunas características que hacen de
esta película de John Boorman un film resumen, producto de un sincretismo conceptual que ralla en la abstracción, tanto
en el plano narrativo como en el estético, tanto en el ideológico como en el
técnico: personajes arquetípicos, lacónicos, como apunta Walter Hill; una
narración pulida y elíptica como la de La
ley del hampa, de Budd Boetticher; una estructura compleja, basada en flash backs, que no hacen sino encadenar
acciones y consecuencias en una especie de eterno retorno, como había hecho
Alain Resnais en Hiroshima, mon amour;
los colores luminosos y pop de Código del
Hampa, de Siegel, o de El desierto
Rojo, de Antonioni; y ciertos destellos, temas y señas de identidad
provenientes de Murder By Contract de
Irving Lerner (1958), de Blast of Silence
de Allen Baron (1961), y Johnny el frío,
de William Asher. Pero también tiene, por encima de todo, a un imperturbable y
grandísimo Lee Marvin, un actor de roca que sabía expresar con su cuerpo, sus
movimientos y su voz mil y un registros. No por casualidad, Marvin había
interpretado el papel de Vince Stone en la magnífica Los sobornados. ¿El argumento? Mejor ver la película. Por cierto,
Mel Gibson ha protagonizado recientemente una especie de remake, Payback, basado también en la novela de
Richard Stark. Y, de hecho, aunque la película fue un fracaso crítico-comercial
en su época, ha demostrado ser una de las obras más influyentes del género
desde entonces.
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