El general Scott (Burt Lancaster) y un grupo de altos mandos
del ejército, planean derrocar a Jordan Lyman (Fredric March), el presidente de
los EE.UU., debido a que ha firmado un tratado de no proliferación de armas
nucleares con la URSS. Para poder revelar a la opinión pública la conspiración,
el presidente, su equipo más íntimo de colaboradores y el secretario del propio
general Scott, Coronel Casey (Kirk Douglas), han de encontrar las pruebas
necesarias que permitan desenmascararla, lo que incluirá escarbar en la vida
privada del mismísimo general, en particular en su turbia relación con una
antigua amante, Eleanor Holbrook (Ava Gardner). Con la sombra de la crisis de
los misiles en Cuba detrás, John Frankenheimer rueda uno de sus magníficos
dramas, esta vez sobre la Guerra Fría y sobre la lucha entre una concepción
ofensiva de las relaciones exteriores USAmericanas (como la que siguieron los
presidentes Truman y Eisenhower, aconsejados por tipos como Curtis LeMay o
Douglas MacArthur) y una política de apaciguamiento (como la que intentaron los
presidentes Roosevelt y Kennedy), describiendo y desentrañando los mecanismos
de poder, del Gobierno y de los militares. El director se basa en un soberbio
guión, nada complaciente ni ingenuo (como el de la contemporánea Teléfono Rojo ¿volamos hacia Moscú?) y
que, además, presenta una defensa de los valores constitucionales, democráticos
y pacifistas, a través de una intriga magníficamente dosificada, donde brillan las actuaciones (en especial la de March y la de Lancaster) y la fotografía. El
film es tan persuasivo que la Junta
Militar que gobernó Brasil desde 1964 prohibió su estreno durante décadas.
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