3.5*
En el año 1995, el director
USAmericano Michael Mann estrenó
Heat,
un
thriller épico sobre los sueños y
fracasos de un ladrón y de su equipo de amigos y colaboradores. La estructura
del
film y la esencia de la trama no
eran sino una actualización de
Ladrón,
el primero de sus largometrajes cinematográficos. Sobre el papel, la historia
se centra en un
ladrón que sueña con juntar todas las piezas que le faltan para
completar su propia versión del
American
Dream, un
collage que él mismo hizo
mientras estaba en la cárcel y que (de una forma simbólica) lleva en la
cartera, al lado del dinero que gana
robando joyas. Sin embargo, sobre la
pantalla, la historia adquiere un aura de epopeya contemporánea al transformar
las fantasías de un
outsider en una
excusa para criticar un tipo de sistema que nos absorve y corrompe a cambio de
una vida en los márgenes de la apariencia y la normalidad. La música de
Tangerine Dream, los poéticos momentos de reflexión (característicos del cine de
Mann), los diálogos
hardboiled y la
hipnótica fotografía urbana, marca de la casa, transforman un
thriller aparentemente convencional en
una demostración de fuerza, autenticidad y
autoría artísticas. Por su parte,
James Caan borda un papel que mantiene similitudes con el que hizo para Sam
Peckimpah en
Los aristócratas del crimen,
pero mucho más nihilista y, por tanto, más cerca de la sensibilidad trágica de
Michael Mann. Tuesday Weld, James Belushi y Willie Nelson acompañan sin
entorpecer mientras que Robert Prosky destaca con su personaje de mafioso (por
cierto, esta película fué el debut de este actor, además del de Belushi,
Dennis Farina y William Petersen, a quien se le ve en un brevísimo papel).