En un pueblo llamado
Dunwich, cuyos orígenes se remontan a Salem, un párroco se ahorca en una
iglesia, hecho que abre de par en par las
puertas del infierno y, con ello, el mal se apodera del lugar. Por
eso, un nutrido grupete de flesh-eating
zombies comienza a salir de sus tumbas, lo que extraña y asquea por igual a
los habitantes del lugar. Por su parte, un periodista y una joven (Catriona
MacColl), inmersos en una investigación policial, llegan hasta el pueblo con la
intención de descubrir el misterio, cerrar las puertas malignas y salvar al
pueblo y a la humanidad entera. Segunda parte de la pentalogía USAmericana de Lucio
Fulci (junto con Nueva York
bajo el terror de los zombies, El más
allá, Aquella casa al lado del
cementerio y El descuartizador de
Nueva York) y de la trilogía de los morti
viventi (con El más allá y Aquella casa al lado del cementerio),
con más de lo mismo (de hecho, por ejemplo, el comienzo de esta y el de El más allá, son calcaditos), pero con
un poco más de pericia, tanto desde el punto de vista del guión como desde el
trabajo de planificación y dirección. Por otro lado, como escribe Kim Newman,
se trata de un producto que se refiere temática y espiritualmente a la obra de
Lovecraft, Clark Ashton Smith y Henry James y eso, por sí
solo, ya es una virtud. En un momento determinado del desarrollo cinéfago de
cualquier persona (pero, eso sí, con un gusto determinado por el terror),
películas como esta pueden causar cierta impresión pero, pasado el tiempo y con
un cierto bagaje cinéfilo a sus espaldas, productos así no hacen sino despertar
la nostalgia del espectador o, en su defecto, una sonrisa indulgente. En todo
caso, un producto gore a tope y con algunas escenas que, por derecho propio,
forman parte del top trasher
del director.
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