Michael Rossi (Lee Philips), un
humilde profesor, recala en Peyton Place,
una pequeña ciudad de Nueva Inglaterra, donde poco a poco irá descubriendo un
mundo oculto y reprimido de alcoholismo, incesto y escándalos de todo tipo.
Todo ello falseado, además, por las reglas de juego de las apariencias
pequeñoburguesas, propias de una sociedad que tiene como norma de
comportamiento la doble moral (como en Picnic).
Si Douglas Sirk es el mejor retratista de las frustraciones de la clase media
USAmericana de los cincuenta y Elia Kazan lo es de los fracasos de la clase
trabajadora, Vidas Borrascosas podría
ser la síntesis perfecta de ambas perspectivas, si bien se remonta a unos
EE.UU. anteriores a la Segunda Guerra Mundial. Desde este punto de vista,
podría ser considerado el melodrama perfecto. No obstante, el casting no es del todo convicente y algunas
de las subtramas se retuercen demasiado. En todo casi, lo que sí que no encaja
de ninguna de las maneras es el happy end
final, absolutamente contradictorio con todo lo mostrado (salvo desde el punto
de vista de la estrategia de la voz en
off de la narradora). Sin embargo, dicho final sí que es coherente con la
finalidad del género: producir una catarsis en el espectador por pura y simple complacencia
y no por una identificación crítica con los personajes, como en la tragedia
clásica. Por su parte, Mark Robson parece estar rodando una película a través
de contínuas estampas dibujadas por Norman Rockwell, ya que la USAmerica que destripa
es la que Rockwell intentó retratar. Hay una una segunda parte, ambientada varios
años después y bajo los efectos de la novela de la narradora de la versión
original (aunque no con todos los actores originales: ni con Lana Turner ni con
Lee Philips, por ejemplo). Además, se realizó una serie de TV durante la década
de los sesenta, inaugurando el mundo del folletín televisivo en el país de las
barras y estrellas.
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