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Al día siguiente de los asesinatos de Viernes 13 2ª parte, Jason Voorhees (que, naturalmente, ha
sobrevivido) comienza a zascandilear por la zona en busca de nuevas víctimas
para su peregrina y ya absurda venganza. Mientras que la policia se lleva los
cadáveres humeantes del campamento cercano a Crystal Lake, unos jóvenes deciden
pasar el fin de semana en Higgins Haven, una granja propiedad del padre de uno
de ellos, localizada en la misma zona donde se han cometido los asesinatos. Al
llegar al lugar, comienzan a producirse los típicos arrumacos macheteros del
hijo de Betsy Palmer. Esta tercera parte, dirigida por el autor de la segunda,
Steve Miner, aporta como novedad que está rodada en 3D y el hecho de que Jason
incorpora la
máscara de hockey a su atuendo. Por otro lado,
el ambiente rural desarrolla algunos motivos white trash e, incluso, roza lo redneck,
como en la segunda parte y luego en la quinta. En todo caso, el body count sigue su curso en una entrega
que se caracteriza por un cierto ingenio en la narración y por un buen puñado
de zurzidos temáticos (de La matanza de
Texas a La noche de Halloween pasando por la misma Viernes 13). De hecho, el final de esta entrega es similar al de
la primera parte. Por otro lado, es la primera película de la saga que ya exhuma
el típico olor de la ultraconservadora década de los ochenta (en los peinados,
la ropa, la moral, la música, etc). Finalmente, lo más destacable es la
presencia entre las víctimas de un enamorado de los FX, la Fangoria y Tom Savini, lo que le da un cierto toque metaficcional
al producto, aunque se hecha en falta unos crímenes más elaborados y algún toque más de sexo
gratuito (si hablamos de slashers,
claro está).