Western realmente atípico, rodado por Arthur Penn a mitad de su
carrera y con una portentosa interpretación de Dustin Hoffman en el papel de
Jack Crabb, único superviviente de Little
Big Horn. La película comienza con los recuerdos del propio Crabb, a los
121 años de edad (por cierto, su maquillaje como anciano recuerda a uno
posterior, en La matanza de Texas),
lo cual ya induce al espectador a relajar su exigencia de verosimilitud y/o
realismo respecto de todo el flash-back
en que consiste la película. De hecho, el film
entero es una fabula satírica, no exenta de nostalgia, sobre la conquista del Far West, por parte del hombre blanco y
a costa de los distintos pueblos indios, con los que se colisiona de una forma desigual
e inexorable. El argumento está estructurado sobre distintos sketchs (más o menos autosuficientes,
aunque finalmente relacionados), en los que el protagonista va personificando
distintos oficios (desde indio a trampero, pasando por pistolero o borracho),
va conociendo distintos personajes y va visitando distintas batallas famosas.
La moraleja de la historia es que el hombre blanco no es propiamente un “ser
humano”, de lo cruel y destructivo que se comporta. Precisamente por esto,
quizás, podemos explicar el casi olvido al que se ha sometido a esta
producción, basada en una magnífica novela de Thomas Berger (publicada en
castellano por la insigne editorial Valdemar). En definitiva, una película
hermosa por dentro y por fuera, con uno de los mensajes más poderosos que se
puedan ver en el cine contra la forma de vida (violenta, arbitraria, obsesiva)
del hombre blanco, aun con todos sus premios Nobel de la Paz, todas sus ONGs y todas
sus creaciones artísticas, científicas y filosóficas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario