Crónica sentimental de la historia italiana
reciente, que adquiere la forma externa de una Bildungsroman pero la interna de un melodrama en tres partes: una
primera que se centra en las relaciones de un niño, Toto, con el proyeccionista
de un pequeño cine rural (Philippe Noiret) de la Italia de los años cuarenta;
una segunda, que narra el primer amor de ese niño, ya adolescente, con la hija
de un burgés y todos los problemas que ello acarrea; y una tercera,
teletransportada a la segunda mitad de la ultraconservadora década de los
ochenta, con los personajes principales ya en la edad adulta o entrando en el
paraíso. Toda la película es un como un cóctel, algunas veces sofisticado,
muchas veces basto y otras previsible, compuesto de tres ingredientes: un
tercio de cine, otro de amor y uno final que es una lección cinematográfica, ya
que incluye una amplísima paleta de recursos visuales: multiples tipos de planos
y de movimientos de cámara y de grúa, travellings,
zooms, varias escenas hermosamente planificadas (como la de la llamada de
teléfono desde el bar), juegos con el timing,
etc. En definitiva, una producción justamente mítica que, sin embargo, muestra
cierta condescendencia con el espectador, al que zarandea gratuita y tramposamente
varias veces, unas para hacerle reir, otras para hecerle llorar. Siempre para
hacerle sentir nostalgia. A lo que
la música de Morricone acompaña a la perfección, incluso tomando prestados
motivos musicales de su previa BSO para Los
intocables de Eliot Ness. Pero, sobre todo, es un film extremadamente italiano. Y, por ello mismo, universal, como
las películas de Visconti, Fellini, Antonioni y todos esos directores, también
USAmericanos, a los que se homenajea en Cinema
Paradiso.
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