Enésima producción protagonizada
por el Arnold Schwarzenegger de la ultraconservadora década de los ochenta y un
auténtico bodrio cinematográfico, mezcla del Videodrome de Cronenberg, el I
guerrieri dell'anno 2072 de Fulci, La víctima número diez de Petri y el Rollerbal
de Jewison. Aunque todo tendría una versión mucho más interesante y digna en la
magnífica Están vivos, de John
Carpenter. María Conchita Alonso y Jesse Ventura repiten como acompañantes del super hero de turno, Ben Richards, esta
vez un antidisturbios piadoso, falsamente acusado de una matanza que no ha
cometido y que, de cara a una sociedad policial y controlada por la televisión,
debe pagar sus delitos. Para ello, es obligado a participar en el mayor
espectáculo televisivo del momento: The Running Man, un reality-show de
supervivencia, repleto de violencia y sangre, que hace las delicias de las
masas manipuladas. Adaptada de una historia escrita por Stephen King, y con
varios guiños cinéfilos, este futurista y distópico film hace aguas por todos lados, aunque especialmente chapuceros
son el diseño de personajes (¡ese Dinamo,
por Dios!), varios diálogos, la pobre ambientación y ese final videoclipero a
tope, con Restless Heart-No More Lonely Nights sonando de fondo,
mientras dos personajes de cartón piedra se dan un beso más falso que la
sonrisa de Terminator. Para salir
huyendo, vamos. Sin embargo, habrá nostálgicos que, por haberla visto cuando se
estrenó, la valorarán como una pequeña joya. Pero si se estrenara ahora, la
decapitarían como lo que es: un producto sin cabeza. Como curiosidad, en la
película aparecen el líder de los Fleetwood
Mac y el hijo del legendario Frank Zappa.
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