Segunda parte del díptico que
sobre la inmortal creación de H. Riderd Haggard, el profesor Allan Quatermain, realizara
la estrafalaria The Cannon Group, Inc.,
tras el éxito de Las minas del rey
Salomón (no confundir con Las minas
del rey Salmonete). Sin embargo, en este caso, tanto el trasfondo como las
historias originales son transformados, a la vez, en una especie de parodia de las
películas de Indiana Jones (en la línea de La
joya del Nilo), aunque rodada por una estrella sin el carisma de Harrison
Ford (ni de Michael “Daglas”), Richard Chamberlain, y por una partenaire tan desquiciada como hermosa,
Sharon Stone, por entonces tan desconocida que ni uno solo de los adictos al videoclub de la época se alegraron de que protagonizara este film al lado del tipo de El pájaro espino. Por tanto, estamos
ante una auténtica producción Golan-Goblus, es decir, estamos ante un
subproducto fílmico que fue presupuestado en unos 10 millones de dólares pero
que, finalmente, fue realizado con 3 dólares y 75 centavos, tal y como, de
forma jocosa, afirma el propio Chamberlain en ese glorioso documental que es Electric Boogaloo: La loca historia de
Cannon Films. En definitiva, una película con pena y sin gloria, en la línea
estropajosa de El templo del oro.
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