Western monocular, irónico y distanciado, rodado con la típica
concreción de medios por el inmigrante progresista Fritz Lang, huido del
nazismo, ese cáncer que asoló la Europa de Entreguerras y que la precipitó a la
mayor guerra que ha sufrido la Humanidad. De hecho, el film fue estrenado durante la 2ª Guerra Mundial y un poco antes de
la entrada de los EE.UU. en la misma. Bien, dicho esto, ¿qué tenemos entre
manos? Pues una historia relativamente típica del género (un género obsesionado
con la venganza). ¿Cuál? La expansión del Eastern
Progress por los territorios fronterizos del Oeste (en este caso, no es el
ferrocarril o las líneas de diligencias, sino la telegrafía de la Western Union). Sobre la poderosa
inspiración del gran Zane Grey, Lang edifica una película elegante y
sofisticada, alejada de muchos de los tópicos del género y, por lo tanto, con
muchos ingredientes que sorprenden al espectador contemporáneo (fíjense, por
ejemplo, en ese vaquero que cuida de la salud de sus caballos o en el encuentro
con las tribus indias o, en fin, en ese atípico final, fuera de campo, como
suele ser habitual en el cine del maestro vienés). Rodada inmediatamente
después de esa otra maravilla que fue La
venganza de Frank James, la producción tiene unos movimientos de cámara y
unos encuadres que casi ya no se han vuelto a ver en el cine (aunque sí en el
cómic): auténticas maravillas cinematográficas. Un film subvalorado y que necesita una urgente recuperación.
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