Cientos de películas oscuras y
siniestras salpican la historia del 7º arte. En todos los rincones del globo se
han rodado millones de kilómetros de celuloide, de distintas calidades y con
distintos propósitos. En algunos casos, esos metrajes han dado lugar a films de culto y a films malditos. En 1991, E. Elias Merhige rodó una película
experimental, en blanco y negro, con un argumento difícilmente comprensible,
aunque las reseñas disponibles en ese cerebro universal que denominamos
Internet, hablan de la historia y del martirio de un dios. El título en
castellano, de hecho, sería “engendrado”. La película no tiene diálogos ni una
historia tradicional: es el sumatorio de un conjunto de imágenes sobre un ser
que está auto inflingiéndose heridas, hasta el suicidio, para, posteriormente,
renacer y ser torturado por otro grupo de existencias. La extraña cinta no pasa
de los 80’ pero se hace repetitiva e, incluso, aburrida. Dependiendo del
espectador, puede sorprender, asquear o crispar, con esa mezcla surrealista y
alegórica de gore, arte bizarro y
metafísica de la religión. En todo caso, una obra de culto, con mucha mayor
calidad que otros experimentos de este tipo (en especial atendiendo a su
postproducción), pero con una apariencia complicada de disfrutar.
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