En una entrevista con Jean-Luc
Godard (titulada El dinosaurio y el bebé),
Fritz Lang afirmaba que entre ellos dos hay una diferencia sustancial: en una
escena de El desprecio (enorme
colaboración entre ambos directores y un homenaje de Godard a su maestro), Lang
hubiera rodado la escena del accidente, mostrándolo, mientras que Godard rueda
las consecuencias de dicho accidente, con Palance y Bardot entre el coche que
conducían y los dos camiones contra los que han chocado. Pues eso, si Godard
rueda las consecuencias de la acción, Lang rueda la acción en sí. Y dejaría en fuera de plano sus consecuencias. Y en esta
película que Pastilleamos hay muchas acciones, pasan muchas cosas. Estamos ante
una de esas típicas historias pesimistas del viejo director alemán, una de esas
historias en las que el destino encarna una pérfida función. El director de Metrópolis desarrolla las peripecias de
los protagonistas (un ex presidiario, acusado de un crimen que no ha cometido,
y su reciente joven esposa) con esa precisión y economía de medios
característica de su filmografía. Aunque no renuncia a ciertos planos, a
ciertas escenas, rodadas con un monóculo expresionista y aire de cigarro Bresson. Henry Fonda y Silvia
Sidney bordan sus interpretaciones y, además, como fue propio de una industria
en la que orbitaron miles de talentos, el director se rodea de tipos como
Alfred Newman, quien compone una estupenda partitura, que subraya el carácter melodramático del film pero también
su inexorable desarrollo. Segunda película rodada en los Estados Unidos por un
director que huyó de la Alemania de Hitler y de Goebbels y, sin duda, una de
sus más implacables visiones de su país de acogida, en particular, y de la
naturaleza humana, en general. Un final aterrador, por cierto. Como desde otro
punto de vista, lo fue el de La noche de
los muertos vivientes.
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