Icono de la nouvelle vague más gafapastista, Jules et Jim es, con probabilidad, la mayor petulancia rodada nunca
por François Truffaut, elaborada a base de acumular muchos microepisodios
en una estructura arrítmica. Un film
irreal, frívolo y falsamente ingenioso sobre unos personajes repelentes, contradictorios
e incoherentes hasta (el aburrimiento o) la exasperación, henchidos de superficialidad
burguesa y de esa joie de vivre
propia de quienes no tienen que trabajar. En particular, el personaje de Jeanne
Moreau es voluble, egocéntrica y caprichosa a más no poder. La trama proviene
de una novela que Zineface no ha leído por lo que poco puede afirmar sobre el
problema de su adaptación. Sin embargo, para que el lector esté alerta,
conviene conocer la espina dorsal del argumento: dos amigos comparten una mujer mientras la vida pasa, los años avanzan impertérritos y un narrador desconocido
va haciendo comentarios vertiginosamente superfluos. En todo caso, parece que la
historia es una excusa para lo más destacable de la película: la forma. Un
caparazón visual que se inspira en el cine mudo (de ahí la importancia de la
música de Georges Delarue) así como en la pintura impresionista y cubista y que, además,
incorpora metraje de archivo (para las escenas de la Guerra, por ejemplo) y
que, como novedad, se aprovecha de varias de las conquistas técnicas de las
vanguardias artísticas (cámara en mano, montaje abrupto, congelación de la
imagen, narración entrecortada, travellings
en primer plano, planos-secuencias filosofales, vistas aéreas, pantallas que se
abren, falta de raccord, etc.). Sin
duda, la extravagancia es la norma. Y la excepción, la empatía del espectador. Encima,
puso de moda los bigotes femeninos, como símbolo de inconformismo (sic.) ¡Ay, si Bazin levantara la cabeza!
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