Contar un cuento, narrar una
historia, ¡un arte universal! ¡Un arte atemporal! Muchos han sido los
narradores y muchas las historias, a lo largo de los años, a lo largo de los
siglos, a lo largo del ancho mundo. Michael Ende, por ejemplo, hacía que el
joven Bastian leyera una historia que le transportaba al mundo de Fantasía y, además, le aislaba de la
realidad, de una realidad en la que sufría una especie de proto bullying de la época. El propio Ende
decía que “para encontrar la realidad hay que darle la espalda y pasar por lo
fantástico”. La ultraconservadora década de los ochenta tuvo el privilegio de
vivir una recuperación del cine fantástico, como evasión de la realidad, como
mecanismo para contemplarla de una forma distanciada y crítica y, también, y
precisamente por ello, para introducir una serie de valores morales. La princesa prometida, clásico
indiscutible del cine fantástico y juvenil contemporáneo, no es una gran
película. Pero tiene todas esas cosas. Tiene todo lo necesario para que
mozalbetes de todas las edades disfruten con la irrealidad del amor eterno,
aderezado con una amistad a prueba de bombas, con un variopinto grupo de
antihéroes (¡ese Iñigo Montoya, por Tutatis!)
que colaboran entre sí en pos de un fin colectivo y con un mundo irreal en el
que los milagros pueden suceder. Y, por encima de todo, con la victoria del
bien, que aplasta, sonriendo, a todas las costrosas y egoístas manifestaciones
del mal. Una joya encantadora, para disfrutar de una tarde insulsa de sábado.
No está mal para lo que es este genero. Los milagros pueden suceder.
ResponderEliminarQuerido Anónimo: la verdad es que sí, que es de lo mejor de este género de Espada & brujería con ribetes de cine familiar. Y claro, los milagros pueden suceder. Y no solamente en el cine. Muchas gracias por tu comentario, por cierto.
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