Ópera prima del gran Enrico María Salerno, como director, que pone en escena una melancólica variación sobre la
pasión, el cariño y el desamor humanos, en la línea de Dos en la carretera y de Love
Story. En pleno proceso de divorcio, un músico veneciano manda llamar a su
todavía esposa para intentar cicatrizar unas cuestiones de pareja. Juntos, durante un día,
recorrerán la ciudad de los canales, recordando su pasado común y digiriendo su
agonizante presente, distanciados como personas pero unidos como amantes.
Thomas Mann ha escrito en La muerte en
Venecia que “para que cualquier creación espiritual produzca rápidamente
una impresión extraña y profunda, es preciso que exista secreto parentesco y
hasta identidad entre el carácter personal del autor y el carácter general de
su generación”. Pues bien, Salerno consigue atrapar el espíritu de la irredenta
década de los setenta con esta hermosa y triste elegía sobre el más misterioso
tema universal: el amor. Pero también sobre la muerte. La fotografía herrumbrosa
de Marcello Gatti, la música pesarosa de Cipriani y el concierto para oboe y
orquesta del diletante Alessandro Marcello y, en fin, la sofisticación de los
diálogos y de los juegos semánticos del film,
transforman el visionado de esta obra en una experiencia auténticamente
catártica, de manera especial para todos aquellos espectadores que hayan amado
y hayan perdido ese amor. Salerno volvería a buscar el éxito que consiguió con
esta película con sus siguientes producciones tras la cámara, El último adiós en Londres y Eutanasia de un amor.
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