Casi 20 años antes de que Guy
Ritchie destapara el underworld londinense, John Mackenzie estrenaba este excelente thriller sobre el hampa inglesa. Justo a punto de cerrar un negocio
multimillonario con un mafioso americano (Eddie Constantine), la empresa del cockney Harold Shand (Bob Hoskins) sufre
una serie de atentados en su propio terreno y durante el viernes santo. Harold
tendrá menos de 24 horas para averiguar qué está pasando y quién le está
traicionando. La estructura narrativa que utiliza el director ha sido usada en
más de una ocasión en esta clase de films.
Al comienzo de la película, una serie de aparentemente gratuitas e inconexas
escenas pueden dar la pista de lo que ocurrirá durante toda la trama pero es la
forma hiperrealista con la que Mackenzie
cuenta la historia lo que realmente vale la pena (en la línea de su previa A Sense of Freedom): el pulso rítmico,
la planificación de la mayoría de las secuencias (hay una, en un matadero, muy
original), el sobrio e inteligente guión, un par de escenas realmente
contundentes (la de la botella y la de las carreras de coches), el seco final, los
convincentes diálogos, todo ayuda a componer una grandiosa y poco conocida
película de intriga, gángsters y terrorismo. Por su parte, Bob Hoskins, un típico
bulldog inglés, compone, de forma muy
convincente, un antihéroe despiadado
pero vulnerable mientras que Helen Mirren no solamente le pone su atractivo
rostro a su personaje (la novia y mano derecha de Harold), sino que también le
pone su cuerpo y su alma, bordando, así, una de sus más interesantes
creaciones. Probablemente, la obra maestra de su autor, junto con Unman, Wittering and Zigo.
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