Hayao Miyazaki, uno de los
animadores principales de las series Heidi
y Marco y el director de Conan el niño de futuro, se estrena con
este estupendo largometraje de 1979, realizado antes de abrir su propio
estudio, el archiconocido Ghibli.
Miyazaki recupera para la pantalla grande un personaje que le dió popularidad a
comienzos de los setenta, el simpático y astuto ladrón de guante blanco Lupin
(inspirado en la creación de Maurice Leblanc, por supuesto), un caballero
galante que, de repente, se encuentra en medio de una entretenida trama de
billetes falsificados, una misteriosa princesa llamada Clarissa, un extraño
anillo y un Castillo laberíntico, todo lo cual hará las delicias de niños y
mayores. Porque esta es una de las principales virtudes del film: que cuenta una historia de forma
brillante; que la historia es muy ingeniosa y divertida; y que tiene el
suficiente misterio e interés para arrastrar a su interior a cualquier clase de
espectador. Además, el ritmo fílmico, la originalidad de la animación así como
las constantes y sorprendentes peripecias de la trama aseguran un
entretenimiento de calidad para toda la familia. Como sugieren Odell y Le Blanc, El castillo de Cagliostro
demuestra que Hayao siempre ha mirado a la vieja Europa a la hora de buscar
inspiración para sus obras, a esos grandes clásicos de aventuras, tanto de la
literatura (la obra de Leblanc o la de Conan Doyle) como del cine (The French Connection, Atrapa a un ladrón, El hombre mosca), o del comic
(Blake y Mortimer en especial) y que,
además, poco a poco, ha ido construyendo un elaboradísimo mundo fantástico
propio, con elementos ecologistas y steampunk.
Una historia maravillosa, entretenidísima, emocionante y muy, muy divertida. Lo
de menos es que Spielberg la considerara una de las mejores películas de aventuras de la historia.
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