Tricuela de la maravillosa Conan,
el Bárbaro y triquiñuela exploitation
de un Richard Fleischer, en horas muy bajas, para prolongar el filón Cimerio (tras
su también mediocre, aunque tolerable, Conan,
el destructor) y, de paso, para reflotar su propia carrera. Archie cumple
con su No papel y la ex mujer del ex marido de Sasha Czack hace lo que puede
para que no se le note demasiado que es más modelo que actriz. Bueno, modelo
tampoco fue mucho, aunque apareciera en Playboy.
En fin, un subproducto ochentero, todo muy teatralizado y muy subrayado, con
una ambientación Sword & Sorcery
de alquiler, con una historia que roza el paroxismo (¿mantener la virginidad en
la era Hiboria?) y sus consabidas brujas, guerreros y talismanes. Ni siquiera
la BSO del grandísimo Morricone consigue destacar por nada especial: más bien,
parece calcar las partituras habituales en esta clase de producciones. Por
cierto, el espectador devoto está todavía a la espera de una buena adaptación
de las historias de Bellit, “la reina de la costa negra”, el auténtico amor del
futuro rey de Aquilonia.
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