A finales de la irredenta década
de los setenta y comienzos de la ultraconservadora década de los ochenta, el
cine de las antípodas quería salir del anonimato para intentar conquistar el
orbe. Una de las estrategias que se pusieron en práctica fue la de producir films anticonvencionales y de calidad (Mad Max, Consejo de guerra y Picnic en
Hanging Rock serían tres buenos ejemplos). Otro de los trucos que usaron
fue el del efecto llamada: atrajeron a actores USAmericanos para protagonizar
películas de todo tipo. Road Games
sería un ejemplo perfecto de esto último. El encargado de llevar la batuta fue
Richard Franklin, que había rodado otra pequeña joya del fantaterror nacional y
que, tras el éxito de este film,
rodaría la segunda parte de Psicosis,
pero ya en los EE.UU. Los actores inmigrantes
fueron Stacy Keach y Jamie Lee Curtis, a quienes se añadió el gran Brian May,
de Queen, en el score. ¿Pero qué es lo realmente atractivo de esa cinta, además de
comprobar la influencia de George Miller en la forma de filmar de Franklin?
Pues el guionista, Everett De Roche. Es un guionista de las fantípodas (Sergi y Jordi Sánchez dixit) que ha demostrado su imaginación,
su inteligencia y sensibilidad escribiendo los guiones de varios pequeños
clásicos del cine austral (Largo fin de
semana, El secreto del lago, Fortress o Harlequin). Para esta ocasión, toma prestado el argumento del
asesino de auto estopistas para elaborar una entretenida y tensa road movie sobre su persecución por
parte de un culto e imaginativo camionero (Stacy Keach) que, con la ayuda de una
joven huida, le siguen la pista por una interminable carretera del desierto.
Perfecta para verla en pareja una noche fría de invierno. Y perfecta para ir
captando los mil y un guiños cinematográficos que De Roche va desperdigando por
la trama.
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