2*
Con una factura de thriller conspiranóico y supuestamente cool, el film sigue las andanzas de un ser humano, normal y corriente, al que le cae en las manos la llave para ampliar las puertas de su percepción. Esa llave es una pastilla. Y, como en Matrix, la pastilla le hará ver la verdad de todo lo que le rodea. Pero, como en Matrix también, la pastilla también tiene efectos secundarios. Versión cutre-charcutera y facilona de El club de la lucha (del gran David Fincher), sobre la base de una droga química experimental que hace a las personas mejorar sus capacidades intelectuales, que no las morales, las sociales o las éticas. En fin... Como el Paul Verhoeven de El hombre sin sombra, Neil Burger hace a su protagonista (Bradley Cooper) dedicarse a hacer alguna republicanada: en este caso, a ganar dinero. No a crear o a ayudar a los demás. No a resolver los problemas de una persona, de una ciudad, de un país, sino a invertir en bolsa para forrarse de pasta. En fin… Chorreaduras de triunfador y moralinas a parte, que también las tiene, la película es, como bien dice Roger Ebert, una excusa perfecta para que el espectador utilice el 15 o el 20% de su cerebro. Todo lo demás, tal cual, es apariencia, situaciones y diálogos gastados y, para thrillerizar covenientemente el asunto, escenas de acción inverosímiles y sacadas de lugar. Para darle a todo el conjunto una patinilla de qualité, aparece un Robert de Niro yuppie y malvadillo. Como contrapunto a la espeluznante chorrada que tenemos entre manos, últimamente se ha corrido la voz de que las élites mundiales usan una droga parecida, por eso son tan listos, guapos, ricos y despiadados. En fin… (otra vez). Aunque, en realidad, probablemente, las usen todas. O ninguna.
Con una factura de thriller conspiranóico y supuestamente cool, el film sigue las andanzas de un ser humano, normal y corriente, al que le cae en las manos la llave para ampliar las puertas de su percepción. Esa llave es una pastilla. Y, como en Matrix, la pastilla le hará ver la verdad de todo lo que le rodea. Pero, como en Matrix también, la pastilla también tiene efectos secundarios. Versión cutre-charcutera y facilona de El club de la lucha (del gran David Fincher), sobre la base de una droga química experimental que hace a las personas mejorar sus capacidades intelectuales, que no las morales, las sociales o las éticas. En fin... Como el Paul Verhoeven de El hombre sin sombra, Neil Burger hace a su protagonista (Bradley Cooper) dedicarse a hacer alguna republicanada: en este caso, a ganar dinero. No a crear o a ayudar a los demás. No a resolver los problemas de una persona, de una ciudad, de un país, sino a invertir en bolsa para forrarse de pasta. En fin… Chorreaduras de triunfador y moralinas a parte, que también las tiene, la película es, como bien dice Roger Ebert, una excusa perfecta para que el espectador utilice el 15 o el 20% de su cerebro. Todo lo demás, tal cual, es apariencia, situaciones y diálogos gastados y, para thrillerizar covenientemente el asunto, escenas de acción inverosímiles y sacadas de lugar. Para darle a todo el conjunto una patinilla de qualité, aparece un Robert de Niro yuppie y malvadillo. Como contrapunto a la espeluznante chorrada que tenemos entre manos, últimamente se ha corrido la voz de que las élites mundiales usan una droga parecida, por eso son tan listos, guapos, ricos y despiadados. En fin… (otra vez). Aunque, en realidad, probablemente, las usen todas. O ninguna.
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