Auténtico milestone dentro de la filmografía de Lucio Fulci, esta obra tiene
la suficiente personalidad propia para destacar dentro del giallo, además de tener uno de los títulos más sugerentes y
acertados de todo el subgénero. Es verdad que Fulci bebe de las fuentes,
digamos, clásicas (Bava, Argento, Bazzoni, Martino) pero las exprime y adapta a
su propio estilo cinematográfico. Por ejemplo, allí donde Argento destila los esencias
primarias del género para usarlos como ingredientes básicos de un sofisticado
perfume, Fulci los estira y retuerce para conseguir sacudir al espectador con
un olor chillón y desabrido. Por eso es curioso observar la casi total ausencia
de erotismo en los films de Argento,
mientras que muchos de los giallo de
Fulci se acercan al sexploitation. Es
decir, en la obra de Fulci hay desnudos, hay sexualidad, carnalidad, pasión. Ambos
comparten un malsano gusto por la violencia y por el trazo grueso en cuanto al
diseño de asesinatos explícitos pero es Fulci, una vez más, el que lleva este
aspecto un punto más allá, añadiendo lo mórbido y lo putrefacto. Finalmente,
conviene añadir que la película tiene casi todos los rasgos típicos del cine de
Fulci, lo que Troy Howarth ha llamado sus Splintered Visions: un montaje precipitado, con ciertos errores; una composición de
planos que alterna entre el art cinema y lo gamberro; movimientos de
cámara enfermizos, febriles; un gusto por el lujo, ciertamente esteticista, que
no esconde la atracción por las bajas pasiones y por el gore (como en la escena
de los perros de laboratorio, por ejemplo); el juego con lo onírico; la
imagineria simbólica y surrealista, etc. En realidad, casi todos los directores
que tocaron el giallo han querido ser
considerados auteurs pero solo unos
pocos lo son en realidad. Para bien o para mal, Lucio Fulci es uno de ellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario