La Guerra Fría y su epítome
máximo, el Holocausto nuclear, han sido dos de las últimas pruebas fehacientes
de que la humanidad está gobernada por una pandilla de matones indeseables, por un grupo de sociópatas avariciosos. En
todo caso, como fenómenos históricos reales, ambos acontecimientos han
condicionado buena parte del contenido de nuestras más recientes
representaciones colectivas y, con ello, de nuestras producciones culturales,
literarias, teatrales, poéticas, literarias. Y ello durante varias generaciones.
La Hammer, bajo la extraña y sorprendente dirección de Joseph Losey, produce
una película de ciencia ficción mezclada con la delincuencia juvenil, con la malévola
sencillez de quien hace una pequeña tarta de manzana para luego rellenarla de
sangre. La premisa del argumento, así como su desarrollo, es algo que se
aconseja sea descubierto por el espectador deseoso de ampliar su experiencia
vital. Entre el estreno de Eva y el
rodaje de El sirviente, Losey recibió
el encargo de rodar una historia del guionista Jamaicano Evans Jones (¡sí, el
mismo de Wake in Fright!), que recrea
una Inglaterra donde la gente se mueve entre la distopia institucional y el
masoquismo personal, entre la inevitabilidad de un plan diabólico y el heroísmo
fútil, como sugiere Colin Gardner en su revelador estudio sobre la filmografía
del director USAmericano. El montaje paralelo no hace sino ir reforzando estas
realidades que se cruzan y retroalimentan.
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