Obra maestra. Un poderoso
ejercicio sobre la identidad y la memoria. Como decía su propio creador, una
película solo es buena desde el momento en que la cámara se transforma en el
ojo de un poeta. Por eso, solo por ver la exuberante y barroca fotografía de Gregg
Toland ya merece la pena ver esta maravilla del séptimo arte. Históricamente,
se trata del estreno en pantalla grande de su jovencísimo director, un Welles teatral
muy pagado de sí mismo pero que fue capaz de contar una historia adulta y crítica,
con tintes sociológicos, por un lado, y shakesperianos, por el otro, con una narración
sofisticadamente adaptada a la profundidad de la trama y con un elenco de
actores a la altura de la propuesta. Como no podía ser de otra manera, el propio
Welles quedó insatisfecho con la obra. Por su parte, el mundo entero se quedó
petrificado. Aunque hay todavía miles de millones de personas que no la han
visto e, incluso, algunos que la detestan. ¡Maldita subjetividad!
Un placer leerte. Tengo que volver a verla.
ResponderEliminarQuerido Anónimo: muchísimas gracias por tu comentairio y por tus palabras. Es un placer leerte a tí también. Un abrazo y larga vida al cine!
ResponderEliminarUna obra maestra indiscutible
ResponderEliminarHombre ya!
Querido Anónimo: lo bonito del cine es que, aunque algunas películas (muchas, por suerte), sean obras maestras, no son indiscutibles (en el sentido de que no se pueda discutir sobre ellas). Discutir es lo que diferencia al hombre del resto de animales. Y aceptar los argumentos del contrario, lo que distingue el hombre aceptable del zoquete. Muchas gracias por tu comentario, por cierto.
ResponderEliminarera una broma pero supongo que aquí no se ve el modo ironía :)
ResponderEliminarQuerido Anónimo: Zineface ha comprendido el modo ironía on perfectamente. Solo quería glosar tu comentario previo, modo ironía encendido, también. Muchas gracias por tu comentario!
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