Dos jóvenes cenan una noche en el
restaurante de una hermosa posada en Mendocino, al Norte de California (algo así como en Nepenthe de Big Sur). Cruzan
miradas, se sonríen, comparten una mesa y, al final, acaban acostándose y
enamorándose. Pero ambos están casados. Cuando acaba el fin de semana, deciden
volver a encontrarse en el mismo lugar al año que viene. La película, basada en
una exitosa obra teatral, recrea varios de esos encuentros a lo largo de los
años, desde la inseguridad de las primeras veces hasta la serenidad de la madurez
y lo hace siguiendo algunas de las principales corrientes, tanto estéticas como
morales, tanto políticas como sexuales, de la reciente historia de los EE.UU.,
hecho que transforma esta película en un retrato modelo de la evolución del
USAmericano medio desde comienzos de los cincuenta hasta finales de los
setenta. Bien mirado, también podría ser una metáfora de una realidad en
peligro de extinción: el matrimonio que dura varias décadas. Ellen Burstyn
arrasa con su emocionante y sutil personaje mientras que Alan Alda vuelve a
demostrar su vena cómica y neurótica. El film
consigue hacer sonreír al espectador pero también le hace sentir las
penalidades de los personajes, a lo largo de los años, e, incluso, le puede
hacer llorar, pulsando su tecla nostálgica. Algo a lo que la música echa una buena mano. Pero Mulligan no hace un drama de
esta preciosa historia de amor. Ni tan siquiera un melodrama. Es, más bien, una
comedia vital.
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