Una película menor de un director
mayor. El argumento es el consabido para esta clase de producciones: un
mercenario traicionado y herido que, al recuperarse, tiene la ocasión de
vengarse y de hacer su último trabajo. Una especie de Daredevil de Frisco
(James Caan) es el mercenario. Robert Duvall, el estibador, el traidor. Y los consabidos
jefes sin escrúpulos. La misión: proteger a un político japonés de sus enemigos
ninjas. La primera hora del film es estupenda, apunta maneras y crea
un buen clima de tensión. Sin embargo, la segunda hora es un barco a la deriva
y hace aguas por varios costados (agujeros de guión, diálogos caricaturescos,
diversas situaciones humorísticas que rozan el ridículo, un montaje
precipitado, etc.). En todo caso, Peckinpah acierta al importar al asesino
japonés embozado al thiller USAmericano,
años antes de las películas de ninjas de la Cannon, así como al fotografiar a
un San Franciso setentero hermoso y luminoso. Por lo demás, ni siquiera el
habitual compositor de la casa, Jerry Fielding, resulta especialmente inspirado
en esta obra que parece haber sufrido las típicas amputaciones de la
filmografía del director.
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