Drácula es un icono del terror
contemporáneo. Junto con Frankenstein y el Zombie, por supuesto. Mientras que
el Conde es el símbolo de la tradición, de lo terrorífico que puede traernos el
pasado, Víctor representa el peligro de la ciencia, del progreso y del futuro.
El Zombie, por su parte, encarna el presente, lo más putrefacto y descompuesto
del presente. Pues bien, innumerables han sido las adaptaciones
cinematográficas de la novela epistolar de Bram Stoker, desde la de Tod Browning
hasta la de Francis F. Coppola, pasando por las de Fisher, Francis o Franco (como ha
demostrado la investigación de David J. Skal). Pero pocas son tan valoradas
como esta desconocida versión televisiva dirigida por Philip Saville e interpretada
por Louis Jordan, nada menos. Se trata de una fidedigna adaptación, con una
lograda ambientación de época, unos pasables efectos especiales y una historia,
dosificadamente desarrollada, que sigue admirablemente los hechos más
importantes del texto original. Durante dos horas y media, el espectador,
agradecido, contemplará con admiración cuánto han copiado de esta película
distintas adaptaciones posteriores a la vez que se sorprenderá de los escasos
aplausos y reconocimientos que ha recibido esta maravilla. Como precio pagado a
su época, la narración cuenta con ciertos elementos psicodélicos y algunos
recursos fílmicos típicos del momento. Como precio pagado a la eternidad, la
belleza de la actriz que interpreta a Mina. Solo por poner un ejemplo. En
definitiva: una joya que merece ser rescatada de entre todas las adaptaciones y/o recreaciones de la novela o del mito de Drácula.
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