Bram Stoker escribió que había que aprender mucho de las bestias. Pero
también es verdad que las bestias tienen mucho que aprender del ser humano, de
su crueldad y sadismo. Un padre de familia captura en el bosque a una mujer que
vive de forma salvaje. La lleva a su casa e implica a toda su familia en la
tarea de educarla, de civilizarla. Pero las cosas no saldrán como se esperan
porque, de hecho, la mujer capturada es la superviviente de un clan de caníbales
ultra violentos (historia narrada en Offspring) y el padre es un auténtico
perturbado como, de hecho, lo es (casi) toda su familia. Con una puesta en
escena soberbia, fibrosa y contenida, el director va construyendo una historia
tensa y violenta, que funciona como una turbadora parábola sobre las entrañas del proceso
civilizador en las sociedades Occidentales, tanto en su aspecto teórico como
práctico: una pura neurosis colectiva, una cadena de barbaridades que pasan de
generación en generación. Y todo funciona como una especie de Haneke
sanguinolento. La BSO, como en la mítica La matanza de Texas, apoya la acción
de forma brutal con las canciones, las voces en off y los efectos de sonido que
va necesitando cada escena (como la del efecto “sordera” o en el momento “tenazas”). Terrible.
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