Diana es una mujer hermosa que está casada con un
intelectual tecnocrático que no la hace ni caso y que, además, es un poco
cabizbajo en el tema sexual. Un día, cuando va a echar gasolina, se fija en un
gasolinero, llamado Juan, que le hace dudar de la fidelidad de su matrimonio.
Poco a poco, Diana y Juan comienzan un juego de la seducción en el que Eloy
intenta retratar las clases sociales en la España de la primera transición. Y
ello, como siempre, sin escamotear las pinceladas políticas, económicas, culturales
y sociológicas, con la sabiduria habitual del director, tanto en los textos como
en la puesta en escena. Los protagonistas son ese machoman sensible, sex symbol
de la españa de los setenta y ochenta, que fue Patxi Andion y la eternamente
bella Amparo Muñoz. A su alrededor, toda una flora y fauna de personalidades de
la época (el marido cornudo, la novia que quiere ser una “maruja”, el jefe
“toca-rodillas”, el amigo pudiente que te tira los tejos, los compañeros de
trabajo juerguistas, etc.). hay algunas escenas que podrían haberse elaborado
un poco más, algunos diálogos un tanto absurdos (como el de la ruptura) y algún
actor a medio gas (como la novia de Juan) pero, en general, la película es un
magnífico ejemplo de la clase de cine que era capaz de hacer su creador,
basculando entre el drama y el cine quinqui, entre la comedia juvenil, el cine
erótico y el melodrama. Al final, Eloy acaba soltando su típica bofetada a las
élites patrias, al retratarlas como egoistas, aprovechadas, interesadas y
faltas de empatía por los problemas de los demás. Es decir, Eloy rueda su
particular versión de la obra maestra de Mankiewciz, La huella, como una denuncia del mundo que han dejado a los
perdedores. Por cierto, del mismo palo, pueden visionarse Libertad provisional y Acto
de posesión.
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