En un ambiente tan competitivo
como el del deporte universitario, ¿qué pasaría si un serial killer estuviera quitando de en medio a la posible
competencia? Pues que todas las personas implicadas (compañeros, entrenadores, fisioterapeutas,
médicos, etc.), al menos secretamente, estarían encantados. Todos menos quien
ya no puede competir por haber sufrido una lesión, que será el detective amateur que intentará resolver el caso
de unas misteriosas desapariciones en una escuela deportiva de élite (la Falcon Academy). Esta es la premisa de
este recóndito slasher de la época
dorada del género, rodado por un tal Michael Elliot y con la interpretación
híbrida de un buen grupo de atletas y de actores. Los asesinatos no son
especialmente elaborados ni sorprendentes (todos casi en la sombra y con una
jabalina) pero el film cuenta con un
buen puñado de desnudos, en esta ocasión no totalmente gratuitos. Además, como
todo buen thriller (o derivación genérica)
que se precie, la trama está bien sembrada de sospechosos pero, también como
todo buen thriller que se precie (y,
en especial, respecto de los giallos),
la película guarda al espectador una sorpresa final, que mantiene puntos de
contacto con otra glorioso ejemplo del género, Sleepaway Camp, estrenada solo un año antes. Asimismo, la película
mantiene conexiones con éxitos como Pesadilla
en Elm Street (por la escena en un sótano) o como Sé lo que hicisteis el último verano (por la vestimenta del
asesino). Como curiosidad, el guión está escrito por uno de los hijos de Buñuel, Rafael, que tuvo una cortísima pero interesante carrera en el cine,
principalmente como guionista de películas de terror.
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