Año 1979. Madrid. José Sirgado (Eusebio Poncela) es un
director de cine, adicto a la heroína, que descubre que su ex novia (Cecilia
Roth) –con la que había roto- ha acampado en su propia casa. Además, está
intentando rodar una película de terror, La
maldición del hombre lobo, que tiene todo tipo de problemas. Por otro lado, en una
escapada con su amiga Marta conoce a Pedro, un adicto al cine que lo vive como
si no existiese ninguna otra cosa sobre la faz de la tierra. Tiempo después,
José recibe una película y una cinta de audio donde Pedro le explica los
alucinantes y extraños acontecimientos que ha vivido y en los que está
implicada su cámara de Súper 8. Y así
comienza la película… Arrebato (segundo
y último largometraje de Iván Zulueta, en 35 mm) destaca como una rara avis en la filmografía española,
tan dada a una especie de autocensura pro
comercial (dejando a un lado varias notables excepciones, por supuesto).
Para empezar, constituye una absorbente reflexión sobre el cine, sobre su capacidad
de asombrarnos, de deslumbrarnos, y, por tanto, de evadirnos de la realidad. Como propone la película, el
cine nos arrebata. Destaca, además,
por la sugerencia que hace del cine una especie de vampiro: nos roba parte del
tiempo que podríamos dedicar a la vida; nos deja sin vida. Pero cualquier
reflexión sobre el mensaje de la película no es sino una conjetura y, como tal,
está sujeta a múltiples revisiones, como la esencia misma de Arrebato, una maravilla entretejida con underground neoyorkino, E.A Poe y el cine-ojo de Dziga Vértov.
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