3.5*
Parece que David Fincher tenía ganas de desenmascarar y de castigar
a un
psycho killer, después de la
soberbia
Se7en y, sobre todo, de la
laberíntica e hiper perfeccionista
Zodiac.
Por eso, quizás, ha aceptado llevar a la pantalla grande un encargo escrito por
alguien lo suficientemente cercano a su imaginario y a sus obsesiones como
Stieg Larsson, creador de la franquicia
Millennium. Y por eso, probablemente también, ha decidido ser fiel
al contenido
noir de la novela, a su
trama detectivesca, a los oscuros secretos de la disfuncional familia de empresarios
suecos protagonista y, finalmente, a la propia localización original, los
contrastados paisajes de la Suecia actual. Sin embargo, la historia es
excesivamente enrevesada, por momentos poco convincente (como esa escena en la
que Craig entra en la casa del asesino sabiendo quién es o esa otra en la que Salander despluma unos cuantos bancos suizos con la
ayuda de una peluca, un pasaporte falso, un bolso de imitación y todo su –en
este caso- inverosímil talento) y con un final, con varias resoluciones
encadenadas, impropio de Fincher y más cercano a la naturaleza
telefílmica del guión. Dicho esto, la película está
muy bien narrada y contiene la suficiente ambigüedad para hacer que la historia
enganche, además de contener breves pero apropiadas dosis de humor. Por su
parte, los actores principales crean dos personajes fascinantes -cada uno a su
manera, evidentemente-. Magnífico, por tanto, ese actor tan sutil como rudo que
es el proletario Daniel Craig aunque merecen una mención aparte Christopher
Plummer –en un papel que estaba reservado a Max von Sidow- y Stellan Skarsgård
-dos secundarios de lujo y las dos caras de una misma moneda, de una misma familia- así como la BSO de Reznor y Ross, incluyendo la adaptación de un tema de Led Zeppelin para los
títulos de crédito iniciales.