Sin lugar a dudas, la obra maestra de Sam Peckinpah y una de las mejores películas de la historia del cine, de una fuerza descomunal. The Wild Bunch (en su título original)
no es un western arropado por las
convenciones clásicas del género sino que es una película insurrecta, donde la
historia y, sobre todo, los personajes desmitifican casi todas las convenciones
previas. En este sentido, el film entronca
con la crisis y con la desilusión USAmericana de la época y, también, con esa
sombra del sueño americano: la figura del perdedor (pero de un perdedor que se
sacrifica, al menos, por un ideal ético y contra la explotación y la crueldad
humanas). Por eso se la ha calificado de crepuscular aunque podría ser preferible hablar de mexican western, en la línea de Veracruz,
Bandido, Yo soy la revolución, ¡Agáchate maldito! o Los
compañeros. Con un diseño de producción que potencia la belleza de lo
miserable, de lo sucio y de lo imperfecto (obra de Edward Carrere), Peckinpah
exprime al máximo a sus espléndidos actores protagonistas, a esa compacta y
genial cuadrilla de secundarios (encabezados por un soberbio Warren Oates), a
sus colaboradores técnico-artísticos (excelente fotografía de Lucien Ballard,
renovador montaje de Lou Lombardo y soberbio score de Jerry Fielding), y, sobre todo, a un guión magníficamente escrito (pletórico de ideas y motivos), de una sutileza admirable, de una
emoción infecciosa y de una complejidad vital, humana y social, que se expande hasta
un nivel pocas veces alcanzado en el género. Tanto el comienzo como el final (de una violencia cinematográfica inusual hasta el momento, 1969) han pasado merecidamente
a la historia del cine.
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