Tras la 2ª Guerra Mundial, el parlamento japonés debate por
enésima vez la posibilidad de prohibir la prostitución, lo que acarrearía graves
consecuencias para los sectores implicados. El gran Kenji Mizoguchi –en su
última película, de 1956- rueda una historia patética y despiadada sobre un
local de alterne del barrio rojo de Tokio, irónicamente llamado La aldea de los sueños, y sobre la vida
cotidiana de las prostitutas que trabajan en él. A lo largo de todo el film, Mizoguchi va ofreciendo breves estampas
sobre cada una de las protagonistas, la unión de las cuales revela la lucha, el
sacrificio y las penurias que hay detrás de las sonrisas del oficio. Sin
estridencias, sin subrayados y con un score un poco discordante (de Toshirô Mayuzumi), Mizoguchi firma una desgarradora denuncia acerca
de la explotación humana y de la manipulación de las conciencias de los más
desfavorecidos, y lo hace con el característico sobrio estilo del director, una
puesta en escena cuidada al detalle, una fotografía del grandísimo Kazuo
Miyagawa –el inventor de la técnica Bleach Bypass- y, por supuesto, su maestría narrativa. Una de las protagonistas
recuerda al personaje de Anna Magnani en Mamma
Roma, de Pasolini. Por su parte, en España, en 1937, se estrenó Barrios Bajos, un alegato contra la
prostitución, entendida como una forma de explotación sexual de la mujer.
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