Años antes de la contundente No habrá paz para los malvados (2011), el director vasco Enrique Urbizu ya había probado suerte con
el thriller policial en su opera
prima Todo por la pasta y en la más
solvente La caja 507, que es
el retrato de una venganza, espoleada por un descubrimiento casual. Está
ambientado en el submundo de la especulación inmobiliaria (que expolia el
litoral español) y se basa en un guión un tanto inverosímil (obra del propio
Urbizu y de Michel Gaztambide) pero que en pantalla funciona a la perfección, gracias
–especialmente- a una excelente planificación y a las convincentes interpretaciones de los dos
actores protagonistas, Antonio Resines y José Coronado (especialmente la del
segundo). Unas interpretaciones que, por otro lado, hacen innecesario mantener
el suspense sobre la base de un recurso habitual en el género: un montaje
artificioso. La película podría haber sido mucho más interesante si se hubieran
pulido incongruencias de guión y se hubiera mantenido -o apuntalado- el ritmo
de la trama. Y en este punto, tiene algo de responsabilidad el score ya que, lo que menos destaca es,
sin duda, la BSO de Mario de Benito, aunque hay que decir que el sonido, en
general, también es francamente mejorable.
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