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Dedicada a J.Ignacio Gallego |
Connor MacLeod (Christopher Lambert) vive torturado por
haber perdido al amor de su vida. Además, una inquietud silenciosa le persigue
como consecuencia de su lucha perenne contra el mal, representado en la figura
del Kurgan. Sin embargo, su principal desasosiego proviene de su inmortalidad,
lo que le sitúa en el centro de un selecto grupo de seres indestructibles que, a
causa de una maldición, deben decapitarse entre sí hasta que sólo uno de ellos
sobreviva. El director australiano Russell Mulcahy, especialista en pergeñar
vídeos musicales cardados, dirigió esta historia
de ciencia ficción metafísica, tenuemente inspirada en la figura vampírica, sobre el enfrentamiento
entre el bien y el mal y ambientada en las tierras altas de Escocia (de ahí su
título original,
Highlander), en una
de las líneas argumentales, y en el Nueva York conservador de Reagan, en una
segunda línea cronológica. Con una estética y un estilo demodé, vigorosamente
heredero de la década de los ochenta (esa mezcla de gabardina y deportivas
blancas; ese
montaje de videoclip), y
plagado de errores y anacronismos, la historia acaba derivando en una fábula maniquea
sobre la violencia, donde lo más interesante es, sin duda, la composición del
personaje de Sean Connery (ese espadachín español que responde al nombre de Juan
Ramírez Sánchez Villalobos, nada menos) y la estupenda BSO de
Queen, la banda británica creadora del
desgarrador
Who Wants to Live Forever,
además de varias escenas fuertemente icónicas. Por su parte, Lambert obsequia
al espectador con varias miradas de loco que favorecen convenientemente a la
historia.
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