Despiadado retrato de los tejemanejes televisivos y de la
forma en que las cadenas de TV sacan brillo a los intereses económicos de las
corporaciones que hay detrás de ellas. Sidney Lumet sirve en bandeja de plata
un drama sobre las ambiciones de un selecto grupo de hueros y despiadados
ejecutivos en su lucha por los índices de audiencia. Y lo hace a costa de caer
algunas veces en una ridícula farsa. Sin embargo, la profundidad general del
planteamiento y la entregada interpretación del cuarteto protagonista salvan con
creces la función. A destacar el sobrio papel de William Holden, una
histriónica pero glacial Faye Dunaway, un avaricioso Robert Duvall y, por
encima de todos, un mesiánico y subversivo agitador –interpretado con mil y un registros por
un Peter Finch en su último papel-, el cual, a la postre, es descarnadamente utilizado para los propios fines corporativos. Unos fines corporativos
representados por el personaje de Mr. Jensen, que pronuncia una de las frases
más famosas del film: “el mundo es un negocio”. La dirección es sutil, fluida,
televisiva, con una excelente fotografía fija de Owen Roizman (el mismo de Libertad Condicional o de la magnífica Los tres días del cóndor). 4 años más
tarde, en 1980, Bertrand Tavernier rodaría La muerte en directo, una alegoría futurista sobre un mundo en el que filmar
la muerte es todo un acontecimiento televisivo. Por cierto, uno de los 2
asesinos que salen en la película es Tim Robbins.
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