Trelkovsky, un pusilánime y
anodino oficinista, alquila el apartamento de una mujer que se acaba de
suicidar. Poco a poco, irá presenciando fenómenos cada vez más extraños, en un
ambiente progresivamente paranoico, lo cual irá poniendo en peligro su salud
mental y su propia identidad. Sorprendente producción de Roman Polanski,
temáticamente situada entre Repulsión
y La semilla del diablo, sobre una
novela del ya de por sí extraño Roland Topor pero con un finísimo y persistente
sentido del humor, además de esa obsesión sexual que salpica la filmografía
entera del director polaco. Nada que ver, por tanto, con El baile de los vampiros o Tess,
esos intentos de hacer pasar por normal el particular universo perturbado del
director. La película comienza (y acaba) con un travelling asombrosamente estilizado, que recuerda al de Hitchcock
de La ventana indiscreta y a uno
famoso de Dario Argento. Por su parte, el propio Polanski se reservó el
kafkiano papel protagonista y Shelley Winters, francamente, se fusiona perfectamente con la huraña portera que interpreta. A destacar la fotografía plomiza
del bergmaniano Sven Nykvist (muy apropiada a la atmósfera, al ambiente de la
historia y al propio clima de París), la interpretación de Melvyn Douglas así
como múltiples aciertos visuales y de puesta en escena, como los distintos
puntos de vista, la escena de la botella de agua o la del baño. En conclusión: una de las mejores películas de su director.
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