Segunda cúspide
estilística del western de Leone,
tras la hipnótica trilogía del dólar (especialmente tras El bueno, el feo y el malo) y poco antes de esa espléndida e
incomprendida recreación de los ideales revolucionarios que fue ¡Agáchate maldito!. En todo caso, supone
el comienzo de su segunda trilogía fílmica, la más madura: esta vez centrada en la historia de
los EE.UU. de América, especialmente en la ambición, avaricia e inmoralidad que
ha hecho posible el desarrollo capitalista del país. Corría el año 1968, Sam
Peckinpah había estrenado Mayor Dundee
sólo 3 años antes y, además, el estreno de Los
Profesionales estaba reciente. Pero nadie esperaba este puñetazo de Leone. Ni el de Grupo Salvaje del año siguiente. Una
de las características principales de la película es el protagonismo de la BSO,
compuesta por el habitual Ennio Morricone: varios cortes diferenciados que
anteceden o definen a un protagonista. Otras dos son la fidedigna ambientación
y la brillante reutilización de distintas localizaciones clásicas del género, como el Monument Valley. Excelentes
caracterizaciones de Henry Fonda, Jason Robards y Charles Bronson, revoloteando
alrededor de una magnética Claudia Cardinale, que consigue catalizar todo un
sofisticado juego de venganzas. Sin embargo, la película muestra una cierta
complacencia estética y un indiscutible paroxismo en la puesta en escena, en la
duración de los encuadres y en el abuso de una de las marcas de la casa, el primer
plano. Por todo ello, la historia se extiende innecesariamente hasta los 165’,
de tanto que Leone retuerce el tiempo a su antojo y conveniencia (de ahí la presencia constante de relojes). Sin embargo,
como experiencia visual, más allá de
sus errores y excesos, la película es apabullante y su influencia posterior enorme
(pensemos, por poner un solo ejemplo, en los interiores de El jinete pálido). Si el espectador se fija bien, estamos ante una nueva versión de El bueno, el feo y el malo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario