Celebérrimo
subproducto serie Z, caústico y casposo a partes iguales, que (con el tiempo)
se ha convertido en un auténtico emblema de Troma, la productora independiente
y underground de Nueva York. Y es que,
hay que reconocer que la película funciona divinamente si se dejan aparcados en
la puerta los prejuicios y las ínfulas de Qualité
(asociadas a todo buen cinéfilo, que no cinéfago). Michael Herz y Lloyd
Kauffman, fundadores de la compañía, perpetran una surrealista fábula con mucho
sexo, sangre y violencia, además de un poquito de crítica social, en plena
década ultraconservadora de los ochenta. El protagonista es el limpiador de un
gimnasio avant garde, un loser que se transmuta en un bizarro y
mutante superhéroe al caer en un contenedor de residuos químicos. Convertido en
The Toxic Avenger (un personaje que
recuerda a Frankenstein, a Sloth y al hombre elefante), se dedicará a resolver los
entuertos y las corruptelas típicas de Tromaville,
así como a dar su merecido a un buen grupo de libertinos conciudadanos. En cuanto a la vertiente artística,
hay que señalar una estética a contrapelo del buen gusto (como la de Street Trash), una producción y unos
efectos especiales ajustados, unas interpretaciones zafias pero simpáticas, un montaje
eficiente y muy dinámico, un humor socarrón, varios guiños cinéfilos y, por último,
marcados ribetes moralizantes. La historia ha conocido hasta tres secuelas.
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